Continúa la visita a Milán, desde el HangarBicocca y Armani/Silos hasta las animadas calles de Isola y el atardecer de Navigli
Después de un primer día de reencuentro que resultó ser estupendo, nuestro viaje a Milán continuó el sábado 19 de mayo. Ese día nos levantamos temprano, así que a las 7:00 ya estábamos en pie para poder aprovechar el único día que íbamos a pasar en la ciudad de principio a fin. Quizá fue demasiado temprano porque al llegar a la Piazza Cae Aulenti, donde pensábamos desayunar en su flamante zona de rascacielos, estaba completamente desierta ya que parece ser que los sábados y domingos la vida en Milán empieza bastante más tarde.
Buscando algún sitio abierto donde poder desayunar pudimos disfrutar de las vistas de la misma zona que habíamos transitado la noche anterior en nuestro regreso a pie desde Isola y que esta mañana acogía desde un rodaje de algún tipo de spot publicitario de moda hasta un puñado de runners madrugadores. También pudimos contemplar el maravilloso Bosco Verticale, un edificio moderno lleno de terrazas pobladas de árboles y plantas que se ha convertido en otro nuevo icono para la ciudad.
Junto a ese edificio por fin encontramos un lugar para tomar el desayuno. Era el Café Gorille, de aspecto realmente hipster y moderno, con una acogedora decoración industrial, donde nos tomamos un par de marocchinos deliciosos, una tabla de quesos y unos huevos revueltos. Tanto nos gustó que decidimos marcarlo como uno de nuestros favoritos en la ciudad.
Al salir, pasamos junto a la Casa Della Memoria, un centro cultural que parecía realmente interesante y cuyo objetivo es preservar los recuerdos de los ciudadanos milaneses. Ya en Isola, las calles que la noche anterior poblaban los jóvenes más animados se habían convertido en un enorme mercadillo al aire libre en casi todas las calles del barrio. En sus puestos había desde bragas y otros textiles hasta charcuterías móviles con todo lo que ello conllevaba. Un contraste que nos hizo enamorarnos aún más de este barrio tan ecléctico.
Desde aquí nos dirigimos en metro hasta Ponale, la estación más cercana al maravilloso HangarBicocca, probablemente uno de nuestros centros culturales favoritos, ¡y encima gratis! Ubicado en una antigua fábrica de bobinas para trenes, las enormes naves de este centro que dirige con un gusto exquisito el valenciano Vicente Todolí (sí, el mismo que llevó la Tate Modern a convertirse en el museo referente mundial que es hoy en día) contienen exposiciones temporales de lo más inspirador (aún recuerdo con nitidez la excelente muestra que dedicó a Juan Muñoz en 2015).
En esta visita pudimos ver dos exposiciones, una de la checa Eva Kot’átková, con una presentación inmersiva entre lo literario y lo teatral, y otra de Matt Mullican, que debe ser algo así como todo lo que significa para mí la palabra Pop y este blog y mi vida, y una forma de llevar al límite una idea hasta rozar la locura. Para completar la visita, nos acercamos al enorme mural de OSGEMEOS, que aún no existía en nuestro viaje anterior, y nos tomamos un capuccino que nos sacara del letargo del madrugón.
Completada la imprescindible visita al Hangar, y tras descartar visitar de nuevo la Fondazione Prada, decidimos volver en metro hacia la zona sur, en este caso a Navigli, con la intención de dar un paseo hasta Via Tortona, una calle que prometía cumplir con nuestro objetivo de conocer la Milán más contemporánea. Siguiendo el canal hacia el sur, es decir, en dirección contraria a todos los turistas, y pasando junto a enormes tiendas de pintura, jardinería o un taller mecánico, y tras cruzar por un parque un poco abandonado, por fin llegamos a nuestro artístico destino.
Uno de los objetivos iniciales que no pudimos cumplir, por lo inesperado del viaje y porque las entradas estaban agotadas, era visitar la exposición de Frida Kahlo (convertida definitivamente en un icono pop capitalista) en el Mudec, así que decidimos explorar la calle que estaba llena de showrooms de moda, galerías de arte contemporáneo, y un patio interior que nos recordaba a Matadero y donde nos refrescamos con un par de cervezas. Todo ello mientras veíamos la entrada a los workshops de La Scala, aunque el edificio albergaba de todo, desde el mencionado museo hasta zonas de exposiciones, restaurantes, oficinas, talleres e incluso una feria del café.
Como ya era la hora de comer, nos acercamos a uno de los pocos restaurantes de la calle que ni parecía una trampa para turistas ni estaba a rebosar, el Belledone, donde aprovechamos el plato del día y nos bebimos una botella de Chardonnay que nos animó a acercarnos a la divertidísima feria del café en la que nos regalaron un par de muffins XXL, degustaciones de café (obvio), unas bolsas de tela (horrorosas) y más café.
Como estábamos al lado, decidimos que nuestra siguiente visita cultural sería el museo Armani/Silos, probablemente el más elegante al que he ido nunca en cuanto a arquitectura y diseño. Mención especial merecen los baños ma-ra-vi-llo-sos, probablemente los mejor perfumados y con más glamour de toda la ciudad. Después de contemplar todos los vestidos en exposición, lo que realmente nos fascinó fue la exposición temporal de Paolo Ventura, donde unía pintura y fotografía para, en forma de cuento, recordar aspectos oscuros de la historia de los judíos en Italia (principalmente en nuestra adorada Venecia).
Después de todos estos planes decidimos que era hora de tomar un aperitivo al más puro estilo guiri en Navigli, así que volvimos al paseo junto al canal para sentarnos en la terraza de Banco, donde nos bebimos un par de Aperol Spritz mientras veíamos como mucha, muchísima gente entraba al portal de nuestro lado (lo que finalmente descubrí que formaba parte de los conciertos en casas particulares que organizaba ese fin de semana la Piano City Milano).
Mucho más tranquila, acogedora y especial que el canal resultó ser la dársena, una lámina de agua mucho mayor, con más espacio público y menos bares. Ese fue nuestro punto de partida para un largo y agradable paseo en el que decidimos cruzar la ciudad de sur a norte, visitando por el camino una encantadora tienda de discos, alguna tienda menos encantadora, la posibilidad de ver el Duomo con la sensación de que ya no había tanta gente extraña como la vez anterior, atravesar por primera vez la calle comercial Vittorio Emmanuelle II y llegar así hasta Porta Venezia, donde nos habíamos alojado en nuestro primer viaje a Milán, tres años atrás.
Tras descartar el mundo gay por la pereza que me daba el ambiente milanés, nos quedamos en un Pandenus donde aprovechamos para picar algo como cena y como colofón de nuestro día, pues ya las piernas empezaban a quejarse un poco. Decidimos coger uno de esos tranvías antiguos para regresar, lo que resultó ser toda una experiencia llena de giros bruscos y traqueteos. Apenas llegamos al hotel terminamos dormidos en instantes tras lo que había sido un día de lo más aprovechado.