Una crónica diferente sobre el Milán más urbano en tres capítulos
Dice Stefan Sagmeister que uno de sus consejos para hacer a alguien muy feliz es el de escribir un diario. Quizás esa, entre otras múltiples reflexiones de su magnífica exposición The Happy Show, que pude visitar el pasado mes de mayo en el maravilloso MAAT de Lisboa, sea una de las ideas que me llevaron a recuperar el formato blog para mi vida. Creo que tiene muchísima razón.
Mi memoria cada vez va a peor y por eso me di cuenta de lo mucho que me encanta rememorar de vez en cuando los escasos viajes que documenté fielmente en un diario. Es por ello que decidí también crear una sección de viajes en el blog, que me sirva no solo para compartir consejos, lugares e ideas, sino también como recuerdo personal en el futuro.
El pasado 18 de mayo salimos de Madrid con rumbo a Milán, o mejor dicho, el aeropuerto de Bérgamo, que es al que vuela Ryanair y que está a unos 50 minutos de la ciudad. Se trataba de un Waynabox, por lo que realmente no supimos el destino de este viaje hasta dos días antes. Fue nuestra primera experiencia con esta empresa gracias a un regalo y desde luego que nos resultó satisfactoria. Como se trataba de nuestra segunda visita a la ciudad, decidimos que esta vez intentaríamos hacer planes más diversos e intentar buscar el lado moderno de la ciudad.
Me encontré con mi marido Hasier en la estación de Nuevos Ministerios, a donde llegué escuchando de forma compulsiva el ‘Tell Me How You Really Feel’ de Courtney Barnett, recién salido del horno. Ya en Madrid Barajas Adolfo Suárez Etcétera, y sin mayores complicaciones en el control, descubrimos que la nueva política de Ryanair de permitir las maletas a bordo solo a los que disponen de Priority había convertido esta fila en la más larga para subir al avión… Supongo que terminarán cambiando el nombre por cuestiones de marketing.
En todo caso, ya que era un fin de semana exprés nosotros también queríamos llevar la maleta en cabina y no esperar una hora en el aeropuerto así que ahí estuvimos en esa fila-no-exprés-prioritaria-de-fantasía. Una vez dentro del avión nos tocó volar separados, en otra de esas nuevas políticas saca-dineros de Ryanair que al final provocan el caos y la destrucción en el interior de los aviones.
Lo bueno de estar separado de mi marido es que pude aprovechar para ver una de esas películas de superhéroes que normalmente me dan pereza, pero que en este caso concreto me producía una enorme curiosidad. Se trataba de Black Panther, que resultó ser un entretenimiento maravilloso que me alegra que exista. Digamos que es algo así como El Rey León con superpoderes y con mujeres casi más fuertes y poderosas que los tíos protagonistas. Fastuoso.
Gracias a su pequeñez, al llegar al aeropuerto de Bérgamo conseguimos coger el bus a la ciudad de Milán justo antes de que saliera, cinco minutos más tarde, lo que nos hizo agradecer haber elegido la prioridad no prioritaria porque a las 22:00 ya estábamos en nuestro hotel casi-poligonero. Eso sí, antes tuvimos que entrar al metro en la estación de Milano Centrale que daba un poco de miedo y estaba llena de gente extraña de la que tuvimos poco menos que escapar.
Afortunadamente, y a pesar de sus intentos de interceptar nuestro paso, los muchachos que merodeaban en la estación no nos impidieron llegar a nuestro hotel de la cadena B&B, concretamente al que se ubica en Cenisio Garibaldi, muy cerca del cementerio monumental y con una parada de metro casi en la puerta que conectaba muy bien con el resto de la ciudad. Quizás el mayor inconveniente fue la discoteca -prácticamente al aire libre- que estaba justo debajo y cuya música se oía de forma lejana pero permanente desde la habitación (gracias tapones).
Una vez establecidos, cogimos el metro en la modernísima línea M5, en la que no había conductor y cuyos andenes disponían de estupendas mamparas antiaccidentes. Desde nuestra parada –Cenisio– nos dirigimos a Isola, una de las zonas más de moda de la ciudad donde la gentrificación y la construcción de nuevos edificios modernísimos la han convertido en un barrio encantador donde convive lo más hipster con lo más tradicional.
Nuestra intención inicial era cenar, así que entramos a Berberè, un local que tenía muy buena pinta y que probablemente estaba de moda porque prácticamente no cabía un alfiler, a pesar de ser ya casi las once de la noche. Allí comimos un par de pizzas bastante originales que estaban deliciosas y unas cervezas artesanas. (NOTA: En Milán los precios de los restaurantes son muy parecidos a Madrid salvo la cerveza. La cerveza en Milán es algo más cara). Al final, incluso el camarero intentó hablarnos un poquito en español para contarnos que había vivido con una bilbaína.
Después de la cena ya estábamos listos para pasear por el barrio que estaba bastante animado con mucha gente en las terrazas y bebiendo directamente al aire libre ya que no hacía prácticamente nada de frío. La calle que resultó ser algo así como la arteria principal de la zona fue la Via Pietro Borseri, donde abundaban las cervecerías artesanas, los bistros y las trattorias con decoración moderna y todo tipo de fauna entre hipster y bohemia.
Al final nos decantamos por el Type, supongo que por el tema tipográfico, que tenía un aspecto de bar medio moderno medio underground donde ponían música dance de los noventa a un volumen atronador -incluso estando en la terraza al otro lado de la acera-. Como no queríamos retirarnos muy tarde para aprovechar el día siguiente, nos fuimos al hotel antes de que cerrara el metro y terminamos así nuestra primera noche de reencuentro con Milán.