¿Son las series británicas lo mejor que se puede ver ahora mismo en la televisión?
Cada vez hay más y más series, más plataformas de streaming, contenidos, capítulos, películas originales, exclusivas y un montón de horas de entretenimiento saturando el mercado. Pero a medida que ha ido aumentando la cantidad de material (¿alguien puede llevar al día las novedades de los originales de Netflix?) he ido perdiendo más y más las ganas de empezar una nueva serie sin tener antes un buen puñado de referencias que me garanticen que no perderé unas horas de mi vida.
Lo reconozco: mi marido y yo somos muy infieles con las series. Hemos dejado la segunda temporada de American Gods a los cinco minutos del primer capítulo. Algunas como Homeland se quedaron por el camino al ir descendiendo a los infiernos de la irrelevancia. De Westworld tampoco pasamos del primer capítulo de la segunda, aunque visto el tráiler de la tercera quizás deberíamos retomarla…
Sin embargo, existe un oasis. Un pequeño paraíso con acento británico (la mayoría de ellas procedentes de la televisión pública BBC) desde donde parece que siguen saliendo las mejores series últimamente. Primero fue la impactante y adictiva Guardaespaldas que en seis capítulos desgranaba una trama de terrorismo, política y giros cada diez minutos que ríete tú de cualquier temporada de Homeland. Una visión trepidante de la actualidad que funcionaba a la perfección. En esa misma línea de suspense, amargura y terrorismo con acento inglés Filmin ha añadido recientemente otra serie británica, Informer, otra de esas delicias británicas, aunque para dosis pequeñas pues es bastante más oscura que su hermana comercial.
En esa misma línea iba Press, también en Filmin, que en este caso daba un relato bastante fiel de lo que supone trabajar en un periódico en plena crisis del periodismo. Dos periódicos rivales en algo así como una competencia ficticia The Guardian vs The Sun que terminaba recordándome lo que añoro The Newsroom (o quizás no tanto, porque Press carece de los múltiples defectos que tenía la serie de Sorkin). Espero, deseo, ansío una segunda temporada de una serie cuya excelente primera tanda de capítulos se ve y se disfruta en un suspiro.
Aunque si por algo ha destacado siempre la televisión británica es por su sentido del humor, aunque pueda parecer un cliché. En esa línea entre el humor negro y el suspense se mueve Inside nº 9 (Filmin) una serie antológica con capítulos de media hora que debería estar recomendando hasta el apuntador, una especie de Black Mirror en el que puede pasar (y pasa) cualquier cosa, y cuya temporada cinco debería llegar en algún momento de este año. Todo sin olvidar la divertidísima y elegante Sex Education, una de las (escasas) joyas que ha estrenado Netflix en los últimos meses.
Pero el motivo de este post más allá de repasar la magnífica televisión que nos está llegando desde las islas británicas, es la de destacar una en concreto. El pasado viernes se estrenaba en Prime Video la segunda (y tristemente parece que última) temporada de la serie de (sorpresa) la BBC Fleabag. Una serie que se estrenó hace tres años y que pasó relativamente desapercibida, pero que descubría el increíble talento de Phoebe Waller-Bridge, creadora de la también fantástica Killing Eve, estrella absoluta de una serie que en su primera temporada nos fascinó con su estilo a la hora de contar una historia más bien dramática, con personajes perturbados buscando un sentido a sus vidas tristes con un tono de comedia negra salvaje. El resultado son dos temporadas de una calidad inusual que se pueden disfrutar de una sentada casi sin pestañear.
La recién estrenada temporada final es todo un prodigio de la narrativa y bucea en temas de cierta trascendencia existencial de nuevo con ese tono entre el drama y la comedia, con seis capítulos que deberían entrar a formar parte desde ya en ese pequeño olimpo de la historia de las series. La religión, el sexo, el arte contemporáneo, la salud mental, la familia… Waller-Bridge se atreve con temas controvertidos y los retuerce con una visión que navega entre lo salvaje y lo entrañable, como su personaje, como esa complicidad con el espectador al que ofrece comentarios fuera de escena y miradas y guiños que por sí solos ya merecerían todos los premios existentes.
Y una mención especial merece el reparto de la serie, donde destacan especialmente los papeles de Sian Clifford como la hermana amargada y neurótica de la protagonista, así como el personaje de la madrina que borda la maravillosa (y merecidamente oscarizada hace unos meses) Olivia Colman, que convierte en oro cualquier personaje que caiga en sus manos. Todo sin olvidar nuestro nuevo cura favorito, interpretado por Andrew Scott, por el que más de uno se replantearía sus creencias.
Sí que hay un punto negativo en la segunda temporada de Fleabag y es que la actriz y guionista haya afirmado rotundamente que tras este cierre no va a haber más episodios. Personalmente cambiaría la gran mayoría de estrenos anuales de Netflix por poder disfrutar de otra tanda con la calidad de estos seis capítulos. Seguramente una temporada que la convierte en la mejor serie del año.