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Quince años después te recuerdo todo lo que nos llevó a que hoy sigamos sonriendo y compartiendo

¿Te acuerdas de abril de 2006? ¿Qué pasó aquél ahora lejano 10 de abril? Todo parecía desfilar y orientarse hacia lo que hoy somos, lo que hoy nos hace sentir y vivir tantas cosas. Ahora nuestra historia cuelga de las paredes de nuestro hogar común y solo sé dar gracias cada minuto, cada día, cada año, por ese hilo fino de causalidades que nos llevó a conocernos, primero de forma virtual y luego aquel lunes de la Semana Santa de 2006.

¿Te acuerdas? Yo acababa de volver de Londres cuando me escribiste por primera vez. Te gustaba Rufus Wainwright, aunque seguramente no tanto como a mí, pura obsesión. ¿Quieres ser mi amigo? Me dijiste desde tu ordenador en esa habitación con vistas al valle de Baztan. Yo mientras tanto observaba las casas que se desperdigaban por la montaña desde mi caluroso balcón en Santa Cruz de Tenerife. Me dejé llevar.

Y claro, poco a poco las conversaciones sobre discos y música, sobre Pauline en la Playa y Family y La Buena Vida se fueron convirtiendo en horas y horas pegados al Messenger de Microsoft, larguísimas conversaciones de texto que unos días más tarde empezaron a sucederse telefónicamente. ¿Te acuerdas? La primera vez que escuché tu voz supe que pasaría el resto de mi vida a tu lado. Estaba convencido de ello, aunque en ese momento aún preferí no contárselo a nadie y permanecer a la espera de lo que nos deparaba el destino.

Entonces me contaste tus planes para Semana Santa, las únicas vacaciones en las que podríamos coincidir hasta el verano, pues aún tenía que continuar mis prácticas de magisterio musical. ¿Te acuerdas? Me pasaba los días rodeado de niños extremadamente triste pensando en lo bonito que sería viajar contigo a Lisboa durante esa semana. Conocerte por fin en persona. Abrazarte. Sentir que no eras solo una imaginación o una fantasía romántica en mi cabeza.

Empecé a buscar ansiosamente billetes de avión a Madrid, desde donde ibas a viajar a Lisboa en coche con tus amigos. Como estudiante, la precariedad de mi cuenta corriente a la que le quedaban 100 euros hacía impensable pagar los cientos de euros que costaban los billetes para el período vacacional inminente. Todo parecía imposible, lejano, utópico. ¿Te acuerdas? Dibujaba tu cara en cada página de mi cuaderno de prácticas. Dibujaba aviones. Dibujaba Lisboa y escribía tu nombre como si tuviera diez años. Quince. Estabas constantemente en mi mente.

Y entonces llegó aquel 4 de abril. Llegué triste a casa, pensando en esa oportunidad perdida de conocer al que sabía que tenía que ser el amor de mi vida. Me lancé en el sofá, no había nadie en casa, y encendí con inercia el televisor. Estaba Jesús Quintero mirándome desde el otro lado de la pantalla (¿me miraba a mí? ¿me hablaba directamente? ¿estaba inventándome todo o era cierto?). El periodista decía algo así como que “hay que aprovechar la oportunidad del amor, porque si no se marchará y no volverá jamás”. Yo, que era un fanático de películas en las que el destino entrelazaba caminos como Amélie o Eternal Sunshine of the Spotless Mind, empezaba a asustarme ante los mensajes que el universo parecía enviarme a través de un locutor televisivo.

Y entonces, para confirmarme que efectivamente algo me estaba intentando comunicar que las cosas iban a ser como sentía, que estábamos destinados a conocernos, tras esos mensajes que Quintero parecía dirigirme a mí Bunbury y Revólver despedían el programa cantando ‘Faro de Lisboa’. ¿Te acuerdas? Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Aquello no podían ser tantas casualidades. Quizás estaba delirando, o quizás el loco de la colina me estaba enviando un mensaje muy claro, así que apagué el televisor y corrí al balcón donde descansaba el ordenador desde el que tantas noches te escribía.

Entré a un portal de venta de billetes para canarios y de pronto un enorme popup ocupaba toda la pantalla. Oferta especial último minuto para Semana Santa. Tenerife-Madrid, 69 euros ida y vuelta. ¿Te acuerdas? Te llamé con el corazón aceleradísimo y los vellos aún erizados por la cadena de acontecimientos que me estaban llevando hacia ese avión. Hacia ti. Hacia la oportunidad de conocer al amor de mi vida. Yo no paraba de contarte una tras otra todas las causalidades que me habían llevado a un billete de avión cuyo importe podía pagar. Si compraba el vuelo me quedaría con treinta euros en la cuenta para toda la semana de vacaciones, por lo que te pedía que me pagaras el resto del viaje. Estaba convencido. Obsesionado. Nada podía salir mal porque el propio universo nos estaba reuniendo.

¿Te acuerdas? Te costó mucho creerme y aceptar que la historia que te contaba este canario al otro lado del teléfono era real. Lógico. Yo hubiera pensado que todo era una historieta, un cuento absurdo. Y encima asumir los gastos de una semana de viaje de un chico canario al que solo conocías virtualmente. Pero de alguna manera, como si finalmente tú también sintieras ese pálpito, al final conseguí convencerte y decidiste que podría unirme a vuestro viaje a Lisboa. Te encontré un hostal para que pudieras pasar con tus amigos la noche del 9 de abril en Madrid y así luego reunirnos aquel lunes día 10 para ir juntos en coche hasta Portugal. Gran Vía, 44. Octava planta.

Ya teníamos pensada la hora y el lugar de nuestro encuentro cuando un email me confirmaba que mi vuelo charter saldría tres horas antes de lo previsto. Decidí no contarte nada y acercarme a vuestro alojamiento para darte una sorpresa. Y así fue. Llegué a Madrid y me dirigí hasta Callao. Con el dinero que me quedaba recargué mi móvil con quince euros y con los otros quince te compré el disco Silabario de Pauline en la Playa que salía ese mismo día a la venta. Me quedé sin dinero y me dirigí a Gran Vía, 44 dispuesto a darte una sorpresa.

Llegué a ese portal y a esa escena que sigo recordando perfectamente como si en lugar de quince años hubieran pasado solo quince horas o minutos. Llamé al ascensor y comprobé que estaba en la octava planta y bajando. ¿Te acuerdas? Yo en ese momento tuve clarísimo que estabas dentro de la cabina de ese ascensor. Que después de todos los hilos que nos habían unido de forma invisible hasta este momento y lugar en el tiempo y el espacio, no tenía duda alguna de que estarías tras esas puertas. Tú también tenías la misma sensación, a pesar de que según tu información yo aún ni siquiera debería haber entrado al avión.

Las puertas se abrieron y ahí estabas tú. Tan bonito como tantas veces te había imaginado cuando escuchaba tu voz al otro lado del teléfono. Yo tan avergonzado que solo acerté a darte el disco que había comprado para regalarte. ¿Te acuerdas? Esa mañana ya empezamos a hacer cosas juntos y yo no paraba de pensar en la suerte que tenía de haberte encontrado. De haber seguido el impulso de todas esas pistas que nos querían unir. Para cuando íbamos en el coche hacia Lisboa ya sentía que éramos una pareja, unidos hasta donde nos llevara la vida. Ahí nos dimos el primer beso. En ese coche mientras el atardecer iluminaba el primero de muchos horizontes juntos. De pronto éramos los protagonistas de todas esas películas románticas que me emocionaban cuando las veía en Tenerife y pensaba ojalá ser el protagonista.

En Lisboa de pronto todo salía bien. A veces viajas con alguien a quien quieres y que conoces de toda la vida y el resultado es catastrófico. Nosotros llevábamos conociéndonos unas horas y todo fluía como pocas veces nos había pasado. Pensábamos lo mismo al mismo tiempo. Si a uno le apetecía parar a hacer algo, el otro también estaba a punto de proponer exactamente la misma idea. Las camareras de las pastelerías nos sonreían como si supieran que estaban siendo parte del plan más hermoso jamás contado. Cómplices de nuestro encuentro. ¿Te acuerdas? Lo llamábamos el aura. Fue una de las semanas más bonitas de nuestras vidas. Recuerdo tumbarme sobre tu regazo en el Castillo de San Jorge al final del día. Perdernos bajo la lluvia torrencial por el monte de Sintra. Hacernos fotos con Azulito en Belem antes de ver la exposición de Frida Kahlo en lo que luego se convertiría en el Museo Berardo, uno de nuestros favoritos.

Después de esos días vinieron muchísimos más. Pasamos juntos ese verano, preparándonos para vivir en Madrid. Pintando la habitación roja, cantando y bailando en nuestro primer festival juntos, aquel Summercase donde vimos por primera vez a Rufus. Ese Rufus que nos había guiado hacia nuestro matrimonio. ¿Te acuerdas? Estábamos tan emocionados que no nos dimos cuenta de que nos habían robado la cámara, así que no tenemos recuerdos fotográficos de aquel concierto, pero yo soy incapaz de olvidar aquella calurosa carpa de circo en la que parecía cerrarse un círculo. Cigarrettes and Chocolate Milk, Daft Punk a lo lejos y mis adorados Belle And Sebastian.

Hoy han pasado quince años y siento que sigo teniendo igual de vigente el pálpito que me llevó a conocerte. Sigo sintiendo felicidad extrema cuando te escucho al volver del trabajo. Sigo abrazándote y sintiendo tu calor cada vez que me acuesto y tú ya estabas dormido. Sigo pensando en la suerte que hemos tenido y por la que no hago más que dar gracias una y otra y otra vez. Porque aunque ya no seamos pop y las chapas ya no agujerean nuestras camisetas, aunque ahora estemos casados y nuestro aniversario llegue en plenas restricciones pandémicas, yo solo puedo agradecer que, a pesar de no estar en el mejor momento de mi vida, puedo tenerte a mi lado.

Por eso este año tan complicado, pero a la vez tan simbólico, he querido regalarte la historia que nos llevó hasta aquel 10 de abril de 2006. A ese día en el que decidimos cambiar para siempre nuestras vidas. A ese instante en el que nos dejamos llevar por las señales que nos unieron y que, quince años después, queda claro que no se equivocaban. Porque esta es la historia de nuestra vida. La que sé que seguiremos compartiendo por muchos, muchísimos años más. La que sé que trascenderá cualquier adversidad, cualquier ley física, cualquier límite coherente. Porque el amor existe y tú me lo has enseñado. Feliz aniversario, hoy y siempre.

Foto: Camilo Iguarán

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