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Rufus Wainwright / All days are nights. Songs for Lulu

El cantautor norteamericano vuelve con un trabajo muy diferente a lo habitual

Que Rufus Wainwright no está atravesando su mejor momento, no es ninguna novedad. Desde 2007, con Release the stars, un disco que sin llegar al nivel de su obra cumbre (las dos partes de su disco Want (One y Two), ofrecía momentos de gran genialidad, no había publicado más que discos en directo como esa extraña excentricidad de versionar a Judy Garland emulando su concierto en el Carnegie Hall, o un concierto que prácticamente repetía el repertorio de su último trabajo.

Abatido y profundamente marcado por la enfermedad -y posterior muerte, a principios de este año- de su madre, la también artista Kate McGarrigle, el songwriter canadiense vuelve con su primer disco de estudio en tres años, que también resulta ser el más atípico. ¿Un disco de Rufus sin orquestaciones? ¿Sin arreglos? ¿Sólo piano y voz? Aunque cuando lo anunció, muchos dudamos que fuera capaz de hacerlo, así es. All days are nights. Songs for Lulu (Todos los días son noches. Canciones para Lulú) es una rareza más en la discografía de un artista cuyo rumbo parece algo perdido en los últimos años.

Y es que su nuevo trabajo, lejos de llegar al nivel de genialidad que nos tenía acostumbrados, resulta demasiado personal y sentimental, con pinceladas de profunda e intimista melancolía y letras que, lejos de sus mejores momentos, aquí se centran demasiado en aspectos familiares, cuando no son directamente los sonetos de Shakespeare musicados (tres de las canciones del disco). Si bien es cierto que algunas de estas canciones resulta bien difícil imaginarlas de otra manera que no sea con piano y voz, como es el caso de Martha, canción en la que parece suplicar a su hermana un poco de atención para intentar superar los malos momentos, se echa de menos una producción más compleja como la de Marius de Vries, especialmente en canciones como The Dream, que perfectamente podría haber estado en el Want One.

Y es que la tristeza, que nos llega desde ese ojo melancólico y oscuro que aparece en la misteriosa portada del álbum, inunda este disco donde Rufus exhibe su interior como nunca, con canciones cargadas de referencias personales. Por ejemplo en Sad with what I have (Triste con lo que tengo), llega a hacer referencia directa a su depresión. Aunque si hay alguien que está presente especialmente en este disco, es su madre, a quien Wainwright le dedica la canción que cierra el disco, Zebulon. “Mi madre está en el hospital, mi hermana en la ópera / estoy enamorado, pero no hablemos de ello / ya hay mucho que decir”. “Todo lo que necesito son tus ojos / tu nariz siempre fue muy grande para tu cara, aún así te hacía parecer sexy / como alguien que pertenece a la raza humana”.

Por fortuna para nuestra salud mental, no todo es tan oscuro y deprimente. El tema que abre el disco, y que se ha utilizado como primer single, Who are you New York? (¿Quién eres Nueva York?), es una misteriosa pero emotiva oda a esa ciudad donde pasó gran parte de su vida. Give me what I want and give it to me now (Dame lo que quiero y dámelo ahora) recupera al Rufus más irónico, con un aire de cabaret felliniano.

Es, sin embargo con The dream (El sueño), donde este disco alcanza su punto álgido y los niveles a los que Rufus nos tenía acostumbrados. Una increíble canción de más de cinco minutos en la que sin perder un halo esperanzador, saca a relucir todas sus frustraciones: “Y me he quedado atrás / dañado, aplastado y ciego / todo por un sueño / que en realidad nunca fue mío”.

Pero ante un trabajo tan irregular, extraño y difícil de escuchar, no queda otra que considerar All days are nights. Songs for Lulu como un disco de transición. Como una terapia del propio Rufus para superar su situación personal, y no como la continuación de una discografía que sigue pidiendo a gritos un disco como los de antaño. ¿Volverá? De momento, seguiremos esperando.

Publicado originalmente en la revista Koult.

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