en Miscelánea

Sobre cómo conocer a personas de otros lugares me recuerda mi forma de relativizar las trincheras

Una de las cosas buenas que tiene el auge del turismo en la ciudad de Madrid, donde vivo hace trece años, es que a veces puedes conocer personas realmente interesantes y enriquecedoras que te ofrecen un punto de vista totalmente desconocido del mundo, de su mundo, de su origen. Vidas que son completamente diferentes a la nuestra pero que a la vez nos ayudan a comprender todo lo que tenemos en común.

Hace unos días tuve la suerte de conocer a Roan, un hongkonés que estaba de visita en Madrid. El muchacho, de profesión auxiliar de vuelo, nos contaba historias verdaderamente espeluznantes, desalentadoras y preocupantes sobre lo que se está viviendo en su país de origen. Sobre tantos jóvenes que ven cómo están destinados a terminar viviendo bajo el gobierno de China tarde o temprano. Sobre las protestas, la represión, la incertidumbre y los sucesos extraños.

Sin embargo, de todo lo que contó Roan, con un tono realmente triste y desalentador, lo que más me marcó fue una frase en la que decía «ojalá nos diéramos cuenta de que todos estamos en el mismo mundo y creáramos el pasaporte de la Tierra. No entiendo por qué tiene que haber diferentes gobiernos y fronteras». Esta reflexión, aparentemente ingenua, en realidad es muy cercana a los postulados que intento defender de forma constante.

No paro de ver cómo la gente se vuelve histérica, violenta, muy nerviosa, con los asuntos referentes a los territorios y las identidades, y no puedo más que sentirme alejado de todo esto. Sé que es grave, que es preocupante y que es muy triste y por supuesto que hay cosas que me indignan. Pero inevitablemente también veo una sobreactuación en todos los rincones que me hace mirar hacia otro lado con pesadumbre. Que me hace huir de ese posicionamiento que parecen requerirnos, imagino que por la cercanía de una cita electoral.

Roan contaba con tristeza cómo está planteándose el marcharse de Hong Kong a otro país donde pueda estar más tranquilo, sin la ansiedad diaria de pensar que están desapareciendo jóvenes, que están produciéndose protestas y hechos represivos a diario, que el futuro es de todo menos esperanzador. Y de pronto su expresión naif sobre un mundo sin países, nacionalidades o fronteras recobraba todo su sentido.

Observando lo que pasa en Hong Kong, el interminable Brexit, los muros de Trump, la reactivación del conflicto en Siria, las reacciones a la sentencia del «procés»… lo único que veo al final son personas que pierden un tiempo precioso en temas que a mí me terminan resultando un poco artificiales frente a las cosas que realmente me importan. La realidad humana, la realidad de la vida, del universo, de nuestro planeta cada vez más enfermo, no son las peleas por barreras, creencias, banderas o formas de hablar.

Todos vamos en un mismo pack. Quizás solo habría que hacer zoom out hasta verlo claramente en el Google Maps. O quizás solo haga falta hablar. Salir a las calles y escuchar a tantos viajeros del mundo que pueblan ahora las ciudades. Escuchar a personas como Roan, conocerles, escuchar sus historias, descubrir por qué hay personas que se plantean huir de sus lugares de origen, incluso sin la presencia de conflictos. Yo me pasé la infancia y la adolescencia escuchando que mi lugar de origen era «lo mejor del mundo y tiene de todo» o «para qué te vas a ir a Madrid que no tiene mar». Pero quizás ningún lugar es el mejor del mundo, porque el propio mundo es ese lugar.

Y todo esto viene de mi agotamiento mental por todo lo que veo a mi alrededor en los últimos días. Me cuesta entrar a los diarios o Twitter y que todo se haya convertido en un monográfico. La radicalidad de los comentarios y la sobreactuación de unos políticos que tienen la vista, no en resolver problemas, sino en la cita electoral más cercana. A cualquier precio.

Permitidme que haga un paréntesis y que no entre a estos juegos políticos. Permitidme que reflexione desde el exterior de las trincheras y que me preocupe por los sucesos sin lanzar improperios ni exagerar la realidad. Dejadme por un momento centrarme en cosas que para mí son más importantes que unos trozos de tela clamando identidad. Permitidme tener una visión diferente de las cosas más allá de los bandos y los enfrentamientos. Dejadme, simplemente, vivir a mi manera. A la manera de los ciudadanos que amamos un único territorio: el planeta Tierra.

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