Por qué el festival madrileño ha subido al Top 1 de los peor organizados de la historia
Se acabó. No puedo más. Definitivamente ya no soy el de antes y empiezo a sentirme viejo después de dos semanas con festivales consecutivas. Mi ojo, que hasta ayer estaba hinchado por culpa de un orzuelo, no hace más que desprender lágrimas como pidiendo una pausa. Un descanso después de tanta locura. Y tiene razón.
Vale, el Río Babel no es exactamente el festival más agotador del mundo. Dos escenarios gemelos, sin una superficie demasiado extensa, hacen que sea muy cómodo pasar allí la tarde. Pero claro, el tándem que formaron Crystal Fighters y Miranda! en su segunda jornada fue inevitablemente una fiesta. De las de saltar y cantar y gritar y quedarse con las piernas destrozadas.
Y por si no fuera suficiente, apenas cinco días después de semejante desfase, Madrid recibía la nueva edición del Mad Cool. Ay, el Mad Cool. Qué decir de ese festival tan extravagante, masificado, comercial hasta la extenuación y donde pasas el día con la tensión de qué más puede salir mal.
Hasta este año mi top en la lista de festivales mal organizados, masificados y caóticos lo tenía la inolvidable edición de 2013 del DCode, cómo no, también en Madrid, donde un recinto insuficiente se masificó de forma peligrosa, sin servicios suficientes y que supuso mi primera y última vez en ese festival organizado por Live Nation.
Y sí, todo esto viene porque Live Nation también está detrás del Mad Cool, el festival que este año se ha superado a sí mismo con la peor organización de un festival que yo haya visto en mi vida. Quizás esté muy mal acostumbrado por lo impecable que es la organización del Primavera Sound, mi festival de cabecera desde hace diez años, pero como habréis podido ver y leer en los medios, el festival madrileño fue una locura. Hasta mi madre sabía que se estaba celebrando el festival porque todos los telediarios abrieron con las imágenes de la gente haciendo colas kilométricas al sol.
No voy a repetir las historias para no dormir que han poblado la prensa porque, entre otras cosas, por suerte no sufrí esos accesos kilométricos tan agobiantes y peligrosos. Lo que no es normal es crear un nuevo recinto en un descampado gigantesco y no organizar el espacio para que pueda acoger de forma cómoda a las masas que quieres meter en él. Cuando llegamos no nos pareció mucho más grande que la zona donde el Primavera Sound pone sus dos escenarios principales, solo que aquí supone el recinto completo y con un aforo para 15.000 personas más. Una ratonera llena de espacios publicitarios y atracciones innecesarias que hacía muy incómodo moverse de un lugar a otro.
La zona de restauración, insuficiente, tenía menos de la mitad de puestos que los que pueblan el festival barcelonés, sin mesas para sentarse a comer y descansar. También había menos barras que las necesarias con camareros a todas luces inexpertos que generaban unas colas de órdago (y sequía en el estómago). Algunos escenarios secundarios disponían de un espacio ridículamente pequeño para los grupos que tocaban en ellos y la disposición en pendiente no era la más apropiada.
Detalles. Muchos detalles que hacían que pareciera una especie de campo de concentración lleno de walking deads vagando de un lado para otro, esquivando gente constantemente, pisando gente que se quedaba sentada en medio del camino o pisando charcos de quién sabe qué material en el césped artificial que, además, daba calambre.
Y es una pena todo esto, porque en realidad los escenarios, el sonido y las pantallas en los escenarios gigantes eran todo un espectáculo, muy digno, y la mayoría de conciertos sonaron de forma arrolladora y espectacular. El poder ver a Yo La Tengo sin casi aforo y en primera fila fue inolvidable, como lo fue el saltar y cantar a Dua Lipa para cerrar el festival, como unos meses antes hicimos con Lorde en el Primavera, como unos días antes hicimos con Miranda! en el Río Babel.
Y ahora, el gran dilema: ¿volveremos al Mad Cool? Muy bueno tiene que ser el cartel y muchos cambios tiene que garantizar la organización para que nos volvamos a animar. Lo más probable es que, al igual que con el DCode, no volvamos a pisar el césped artificial de Valdebebas.
Foto principal: Andrés Iglesias / Mad Cool