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Robyn ha vuelto y me hace reflexionar sobre lo mucho que me fascina la cultura pop

Llevo varios días sin escribir. No es tanto por falta de ideas, sino por falta de tiempo. A eso súmale nuevos proyectos en el horizonte, horas extra de trabajo freelance por las tardes y el agotamiento provocado por el calor y ahí tenéis la escasez de posts. No hay horas para todo.

Mi desaparición de unos días convierte este post en una especie de comeback (aunque no haga tanto tiempo de mi último texto) como el de Robyn, que ha vuelto ocho años después con Missing U, una canción con letra triste pero ritmo animado tan característica de la sueca que hace que no parezca que haya pasado tanto tiempo. Simplemente un tema de pop electrónico como sus mayores hits. Y encima es una de esas canciones que con cada escucha crece y crece y crece hasta que parece que se va a convertir en una de las canciones del año y de tu vida. Y aquí sigue, en modo repeat de mi Spotify. Una. Y otra. Vez.

Por supuesto, en un blog que se llama Poemas Pop, es motivo de alegría y celebración este acontecimiento que esperemos venga acompañado de un álbum y una gira en la que poder desgañitarnos cantando, entre otras, esa Dancing on my own que ya casi consideraría un himno generacional. Si ya me desmeleno y me da un subidón instantáneo cada vez que alguien la pincha en una fiesta, imaginad lo que puede ser ese momento en directo.

Me visualizo a mí mismo saltando, bañado en sudor, rodeado de felicidad, gritando al volumen máximo de mis cuerdas vocales y rodeado de luces y confetti de colores. Algo así como el cierre de los conciertos de Lorde con Green Light: una fiesta colectiva y masiva en la que olvidarme de que soy cada vez menos joven. Como cuando vimos a Dua Lipa en el Mad Cool y cantábamos y saltábamos y bailábamos mucho más que los fans millennials que nos rodeaban y la observaban con cierta indiferencia.

Ahora en serio, qué sería de nuestras vidas sin las divas del pop. A veces mis amigos y conocidas se sorprenden por mi eclecticismo musical. Lo mismo un día estoy obsesionado con el soul de Moses Sumney y serpentwithfeet que al siguiente te repito casi entero y al dedillo el featuring de Bad Bunny y J Balvin en la genial I Like It de Cardi B. (Chambean chambean pero no jalan).

Puedo disfrutar -y flipar- en un concierto de Bjork y semanas más tarde llorar emocionado viendo a Amaia Romero interpretando Alfonsina y el mar sin más compañía que su piano en un solemne Teatro Real. ¿Cuál es el problema? ¿No es mejor dejarnos llevar por todas las cosas tan positivas que nos ofrece la vida y disfrutar de ellas?

Puedo pasármelo como un niño viendo Misión imposible: Fallout (una película que no por cliché y previsible deja de ser diabólicamente divertida) y un domingo por la noche recuperar a Lindsay Lohan en Chicas malas o una película indie que lo petó en Sundance y contar los días que faltan para poder ver The Miseducation of Cameron Post, película que he descubierto gracias a Little White Lies, mi revista favorita del mundo, que cuida el contenido al máximo y que compro religiosamente.

(Respiro hondo)

Vale, se me han ido las recomendaciones y los referentes de las manos, pero creo que queda clara la idea. Hay que disfrutar de todo lo que la cultura pop tiene para darnos. Hay que dejarse llevar por el beat del bajo, sonreír, olvidar la pretenciosidad y el clasismo y ser. Felices. Siempre.

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