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Sobre el arranque del verano cultural en Madrid y la segunda temporada de Paquita Salas

El pasado viernes fue uno de esos días llenos de estímulos y novedades, el que parecía que realmente marcaba el comienzo del verano o por lo menos el arranque de los meses en los que hay más horas libres, las temperaturas suben (o no), las ciudades arrancan su programación estival y también Madrid vacía las calles de habitantes y los cambia por un puñado de turistas.

Así, el otro día arrancaban los Veranos de la Villa, ese festival que organiza el Ayuntamiento de Madrid y que yo cada vez entiendo menos, pues a medida que «popularizan» la programación (que, ojo, me parece maravilloso que haya un montón de actos culturales gratuitos por la ciudad), encuentro menos citas ineludibles en su programa. Por ejemplo, en la parte musical, que es lo que más me interesa, este año mis citas imprescindibles se reducen a un concierto de Matthew Herbert Brexit Big Band (del que hablaré a continuación) y uno de Ólafur Arnalds que, incomprensiblemente, ha sido programado a la vez que el Mad Cool, festival al que asistiremos la mayoría del público potencial de su concierto. Vale, también están por ahí María Arnal i Marcel Bagés, a los que admiro y que tienen un directo increíble, pero cuyo concierto será el cuarto en lo que va de año en la ciudad.

En cualquier caso, la programación arrancó el viernes con el que probablemente era el evento más interesante de todos. Matthew Herbert llegaba a Madrid con su proyecto basado en el cada vez más cercano brexit, con el que va uniéndose a músicos de las ciudades donde toca, interpretando junto a la banda y el coro una serie de temas inspirados en la desconexión del Reino Unido de la Unión Europea. Enmarcado en la Plaza de Colón, para lo que se cortó el tráfico del Paseo de la Castellana, ahí pudimos encontrar a lo más granado de la cultura municipal, algunos hipsters, algo de botellón y mucha gente curiosa nos hacíamos un hueco en el espacio que se había establecido para el público, bastante alejado y muy por debajo del escenario, lo que unido a que no se desactivó la fuente del Teatro Fernán Gómez, hizo que el encuadre no fuera el más apropiado.

Tampoco ayudó demasiado el viento que, incluso, se llevaba de vez en cuando las partituras del director de la banda, aunque al final lograron salvar la actuación y dar un magnífico concierto que nos metió el ritmo en el cuerpo a base de canciones que parecían sacadas de algún espectáculo de Broadway (o del West End londinense en este caso) y en el que Herbert introducía algunos de sus clásicos elementos performativos para hacer de su concierto una actuación de lo más dinámica y divertida.

Quizás se echan de menos en este concierto temas con un poco más de carisma, y al final queda todo un poco plano en ese sentido, pero desde luego fue un concierto interesantísimo que hubiera agradecido una ubicación un poco más lógica.

Pero no solo los Veranos de la Villa arrancaban el viernes. También se estrenaba, con todo su bombo y platillo -quizás demasiado, para qué nos vamos a engañar- la segunda temporada de Paquita Salas, esa serie que empezó siendo poco menos que un divertimento de un grupo de amigos y se ha terminado comiendo a sí misma, como una ración de torreznos, para esta nueva entrega ahora auspiciada por Netflix.

Sí, se nota que hay más presupuesto. Sí, sigue teniendo momentos muy divertidos y creativos. Sí, se aprecia que Javier Calvo y Javier Ambrossi, además de referencias bizarras y de cameos por doquier (demasiados), también tienen claros referentes cinéfilos (el último capítulo me recordó a uno de los episodios más desconcertantes de Mr. Robot pero también incluía recursos claramente inspirados en el cine de Xavier Dolan). Pero siendo honesto, y por mucho que me encante el personaje encarnado por Brays Efe, no puedo considerar esta serie más allá de una anécdota divertida, que se ve del tirón con facilidad, pero que es tan entretenida como olvidable.

Foto principal: Mark Allan / Ayuntamiento de Madrid

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