De David Hockney a Ian McKellen pasando por el saltador de trampolín más icónico
David Hockney, el legendario (va, dejadme decirlo, que me gusta tanto usar esta palabra como a Jools Holland) artista plástico británico, ha realizado un retrato del saltador de trampolín -e icono, fantasía e ídolo- Tom Daley. Se me ocurren pocas cosas más que entren en la descripción de la palabra fantasía, de uso tan millennial en los últimos tiempos.
También se me ocurren pocas cosas más gais que el hecho de que un artista de 81 años, que ha sido abiertamente homosexual durante toda su vida, haga un retrato de un deportista abiertamente queer (según sus propias palabras) que además fue uno de los culpables de que me interesara -aún más- por los saltos de trampolín durante los juegos olímpicos de Río 2016.
Una cosa más por la que envidiar a Daley, aparte, obviamente, de por su cuerpo esbelto y perfecto, es porque ha podido formar una familia, algo que en nuestro país es en la práctica imposible para las parejas de chicos homosexuales de a pie y poco menos que un crimen si te manifiestas a favor de buscar alternativas para formar una familia.
Pero bueno, más allá de las hordas incoherentes de las redes, y volviendo al pensamiento positivo, please, Zuri, vuelve a la construcción, el ver este retrato de Hockney me recordó al excelente -y recomendadísimo, en serio, imprescindible- documental McKellen: Tomando partido que ha estrenado Filmin dentro del Atlántida Film Fest (que está a punto de terminar, por cierto).
En este documental, el actor británico (de británicos queer va el asunto) Ian McKellen, de la misma generación que David Hockney,hace un repaso a su carrera, desde sus obras teatrales en la escuela, donde se apuntó para ver a otros chicos homosexuales hasta sus papeles más recordados por el gran público, el Magneto de X-Men y Gandalf en las trilogías de El señor de los anillos y El Hobbit.
En su repaso hace especial hincapié en su condición de hombre homosexual y en cómo salió del armario con 49 años para luchar contra el polémico artículo 28 de la ley de gobierno local británica, con el que Margaret Thatcher quería «proteger» a los menores prohibiendo completamente cualquier actividad gubernamental pública que «fomentara la homosexualidad». Fue en su oposición directa a esta reforma como el actor declaró su condición sexual de forma natural en una entrevista telefónica en la BBC. También sería un importante activista para solicitar la equiparación de la edad de consentimiento sexual, que en los homosexuales se elevaba a los 21 años, 5 más que los 16 para las relaciones de distinto sexo.
Volviendo a McKellen, es impresionante ver, no sólo su increíble talento como actor -el documental incluye imágenes de archivo de muchas de sus interpretaciones, impagables las representaciones de Shakespeare– sino lo incombustible y activo de su compromiso. En lo personal, llegó a rechazar formar parte de la mayor compañía de teatro británica porque prefería estar en una compañía en la que pudiera hacer papeles que le supusieran un reto.
También su compromiso social, que se ha mantenido hasta la actualidad, donde vemos al actor visitando escuelas e institutos para contar su historia y para intentar ayudar a los jóvenes a aceptarse a sí mismos como una forma de dejar un legado, al ser, como afirma «un hombre solitario y sin familia». Lo cierto es que dan ganas de abrazarle y admirarle y poner un altar a este señor que se convirtió en estrella ya con una cierta edad, pero cuya trayectoria, como la de Hockney, es intachable.