en Conciertos

Pauline en la Playa, Neu! Club, 24/04/2010

Crónica del regreso en directo de las asturianas

Ayer, en la Sala Galileo Galilei de Madrid, convertida como cada sábado en el Neu! Club, vivió el regreso de Pauline en la Playa, banda a la que le dedicamos hace unos días una retrospectiva, y que dio un concierto apoteósico.

Ya una hora antes, muchos seguidores esperaban por fuera mientras llegaban los ecos de las pruebas de sonido. Un público compuesto prácticamente por fans y seguidores de las hermanas Álvarez desde sus comienzos, allá por 2001. Daba muy buen rollo el tipo de público presente, que además llenaría la sala sin demasiados problemas.

A las diez de la noche salieron al escenario junto a siete músicos, se hizo un silencio sepulcral en el público, y comenzaron el repertorio con El gato de Cheshire, quizá como referencia a la reciente película de Tim Burton. Una gran ovación les daba las gracias por volver, casi tres años después, a una sala que ya es como su hogar. Lo primero que me llamó la atención fue lo bien que sonaba todo el conjunto. A pesar de llevar siete músicos y decenas de instrumentos, todo sonó en su sitio, con una fidelidad enorme y una perfección complicada de conseguir con una formación de este nivel.

Así, sonaron como nunca las canciones más antiguas. Nada como el hogar nos transportó una vez más al mundo de Oz, justo antes de llevarnos en un vuelo de amor épico acompasado con las cuerdas y metales de Cabezas locas, o el ritmo más agitado y animado de Rueda corazón. Especialmente potente sonó esta vez Un monstruo, con ese rasgueo de guitarras y nuevos arreglos de cuerda que metían el ritmo en el cuerpo.

Las canciones de discos anteriores se fueron entremezclando con todas las nuevas de Física del equipaje, que se escucharon con prácticamente la misma formación que las grabó en el estudio, por lo que sonaron con una fidelidad poco habitual en un directo de estas características. La más aplaudida fue Un muelle, que está llamada a convertirse el nuevo hit de Pauline, aunque Alicia bromeara a la hora de cantar Titubeas diciendo “para un hit que tenemos…”.

También fueron muy bien recibidas por el público otras canciones nuevas como La siesta, Esos besos y el magnífico final con ese precioso acordeón diatónico que parecía tallado por algún artesano tirolés de cuento de hadas. Como un ciempiés, Tendencias de sastre y Quién lo iba a decir, también fueron muy ovacionadas, y es que era difícil resistirse ante una colección de canciones tan delicadas y con ese grado de sofisticación.

Fue muy divertido ver las conversaciones que se realizaban entre las hermanas, aunque fue Mar la que nos fue regalando comentarios de lo más hilarante. “Y eso que soy la mayor”, decía, mientras bromeaba sobre todas las guitarras que llevaba en la furgoneta y que casi no cabían. “En el próximo concierto las haré todas con el ukelele”.

Se iban acercando al final, y seguían sonando grandes canciones, como Mi bañera, que el público recibió cantando de manera sutil, pero con efusividad. No tan efusivo fue ante canciones de Silabario, que a mí me siguen pareciendo de las mejores de su repertorio, como Lo que pesa un hueso de cereza o, ya reservada para el primer bis, cantada sólo con guitarra y voz, Mis zapatos cojos.

Justo antes del primer bis cantarían, en una elipsis, la primera canción de su primer EP, Titubeas, seguida de la que cierra el disco más reciente. Un gran país, que sonó optimista y épica, y que dejó clara la evolución que en casi diez años han ido experimentando las composiciones de la formación.

Hubo tiempo para dos bises, aunque fue el segundo el más sorprendente. Ya se estaban encendiendo las luces de la sala cuando, a tenor del público que no paraba de aplaudir, tuvieron que volver por segunda vez al escenario. Esta vez sin la banda, nos dieron dos regalitos: una versión, habitual en su repertorio, de Lloran mis muñecas, canción que le compusieron a Nosoträsh hace ya unos años, y como broche, y “ya que muchos nos comparan siempre con Vainica Doble”, se lanzaron con una excelente y divertida versión de las Coplas del iconoplasta enamorado, con la que despidieron un concierto de lo más completo.

Es tal la calidad de lo que ayer presentaron, que es una lástima que haya sido, de momento, la única oportunidad de ver a Pauline en la Playa con esta formación. Sería maravilloso que se pudiera trasladar este montaje por pequeños teatros. De momento, habrá que quedarse con los ecos de los violines y la poesía que siguen resonando, desde anoche, en las paredes de la Galileo Galilei.

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