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Tiana y el sapo, el regreso de Disney

Disney homenajea a la animación tradicional en plena era digital

Hubo una época, en los años noventa, en la que decir Disney era un sinónimo de grandes películas animadas. De fantasías musicales, princesas encantadas, príncipes azules, magia por doquier y, por qué no, ñoñería. Pero esos años, considerados por muchos la época dorada de la compañía, comenzó un declive absoluto casi al mismo tiempo que surgió Pixar y sus trabajos eclipsaban, uno tras otro, los estrenos de animación tradicional de los estudios.

Tan desorientados estaban que comenzaron la década de los dos mil con un intento de rejuvenecer el estilo de sus clásicos quitando canciones, metiendo animaciones por ordenador y olvidando por completo la historia. El punto álgido de esta época oscura, y la causa definitiva del principio del fin, fue el enorme fracaso de El planeta del tesoro (Treasure Planet, 2002), dirigida por John Musker y Ron Clements (los mismos que antaño habían dirigido con éxito películas como La Sirenita, Aladdin o incluso la infravalorada Hércules). Tal fue el fracaso de crítica y público, que nunca recuperó la enorme inversión -más de 140 millones de dólares-, provocando una crisis en los estudios que terminó con el cierre de la sección de animación tradicional dos años después, tras el estreno de la fallida Zafarrancho en el Rancho (Home on the range, 2004).

Sin embargo, en abril de 2006 algo cambió en Disney, y con la compra de Pixar por parte de Disney, John Lasseter (Toy Story) se convirtió en director creativo de la compañía. Uno de sus primeros objetivos, como gran amante de la animación tradicional, fue el de reabrir los estudios de toda la vida, y preparar un nuevo cuento de hadas animado con las técnicas que él mismo aprendió en los estudios de Burbank, California, décadas atrás. Así se gestó el proyecto de Tiana y el sapo (extraña adaptación al castellano de The Princess and the frog, 2009).

Para ello, volvió a confiar la dirección y el guión a John Musker y Ron Clements, quienes a pesar de su tropiezo con la versión galáctica de La Isla del Tesoro, seguían contando en su currículum con excelentes filmes de animación. Y así llegamos al estreno del primer musical animado Disney en cinco años.

La primera impresión al ver los minutos iniciales de la película es de enorme nostalgia y emoción, como de volver al pasado y al esplendor de la compañía del ratón, con las inconfundibles notas de las canciones del genial Randy Newman y la belleza de los dibujos a mano. Una animación a ratos irregular, pero con grandes momentos dignos de la época dorada de la compañía. La gran elegancia con la que comienza la película y ese delicioso sabor añejo de las primeras imágenes duran aproximadamente lo que tarda la película en pasar el ecuador, donde se produce un enorme bache en la historia. Una sucesión de gags y escenas más bien orientadas al público infantil e introducidas con calzador que por momentos hacen temer lo peor.

Afortunadamente, con la penúltima canción de la película, el conjunto parece remontar ese bache, volver al excelente nivel del inicio y cerrarse con uno de esos finales felices marca de la casa y unos artísticamente valiosos títulos de crédito. Tan atractivos como uno de los momentos cumbre de la película, que son las imágenes que acompañan la canción Almost There (una de las dos canciones de la película que están nominadas al Oscar), en la que dibujos de un estilo retro y vintage nos hacen volver a recuperar la ilusión perdida. También es destacable el papel del villano, que recupera el espíritu de los grandes villanos que hemos visto a lo largo de la historia de Disney. Así, son los números musicales los que mejor sabor dejan en una película que, a pesar de no ser redonda, sí deja un regusto de nostalgia y emoción. Cuenta además con referencias evidentes a otras películas dirigidas por el tándem que lejos de suponer un handicap se descubren con una sonrisa en los labios.

Lamentablemente, debo hacer un inciso para preguntarme cómo es posible que Disney no sólo espere casi dos meses para estrenar la película en nuestro país, sino que además no sea capaz de distribuir al menos una copia en Versión Original Subtitulada, obligándonos a sufrir las adaptaciones de las letras de canciones, bastante inadecuadas, por no decir lo extraño que suena en castellano el estilo musical de la película, totalmente ambientada en Nueva Orleans. Por otro lado, nos obliga a ver la película doblada, lo que nos priva de escuchar las voces originales de, entre otros, John Goodman o la mismísima Oprah Winfrey. Por no hablar de la, cuanto menos extraña, adaptación del título original. Espero que sirva esto de una reflexión para la distribuidora para replantearse su estrategia en España, que no deja de resultar incomprensible.

Por suerte los méritos de la película, que los tiene, por supuesto, eclipsan la parte más negativa, y nos recuerda que hubo una época en la que fuimos niños y esperábamos con ilusión el siguiente estreno animado de Walt Disney. Ese regreso triunfal añorado por tantos aún no se ha producido, pero sí que estamos ante un buen punto de partida. Una pequeña joya animada que devuelve la animación tradicional (sin olvidar al gran Hayao Miyazaki y su Estudio Ghibli) al lugar del que nunca debió marcharse.

Publicada originalmente en la revista Koult.

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