La primera superproducción que se estrena desde que empezó la pandemia es un espectáculo llamado a devolver al público a las salas
Ay, qué ganas tenía de volver a ver un blockbuster, un taquillazo, una película de estas palomiteras de disfrute total y desconexión absoluta. Y Tenet, la nueva megalomanía de Christopher Nolan tenía todas las papeletas para convertirse en ese reencuentro con el cine enorme, gigante, del que merece la pena ver en el cine.
Con el cine de Nolan se ha ido generando con los años una sensación de histeria colectiva, de amores y odios tan exagerados, que en cada estreno se superponen decenas de críticas a favor y en contra, todas ellas bastante enconadas. Si encima hablamos del primer gran estreno desde que empezó la pandemia, la película que las salas llevan semanas considerando la posible salvadora del cine tradicional (del que el director es un gran defensor), las expectativas eran bastante elevadas.
Pero una película de este director se ve con los deberes hechos para evitar sobresaltos. Ya sabemos que va a tener una banda sonora atronadora, paradojas temporales, saltos en el tiempo, giros de guión sorprendentes -o no tanto- y muchas, muchas, muchísimas escenas de acción manufacturadas al estilo tradicional, esto es, con pocos efectos digitales y muchísimo dinero para volar coches, edificios, teatros, barcos y hasta un avión comercial.
Por tanto, en lo que a las filias de Nolan se refieren, Tenet las incluye todas ellas. También a algunos de sus actores fetiche, destacando el villano con acento ruso de Kenneth Branagh que, por cierto, en un momento de la película cita -sin mencionarlo explícitamente- a T. S. Elliot (uno de los fetiches del director). Lo sé porque la cita «así es como el mundo acaba / no con una explosión sino con un gemido» es la misma que abre mi primer libro, Pop. Concretamente el poema Apocalipsis. (Gracias por permitirme estos segundos de autopromoción, continuamos con la reseña)
Como amante de lo apocalíptico, los viajes en el tiempo y, desde ayer, también como fan de la maravillosa Elizabeth Debicki y de un estupendo John David Washington (en serio, cómo es posible que no conociera a este señor), Tenet es un festín que roza el empacho. Cómo no disfrutar al máximo de una película que recorre medio mundo en localizaciones impresionantes y que ofrece algunas de las escenas de acción más sorprendentes e inesperadas que haya podido ver en muchísimo tiempo.
Todo ello está además acompañado por la música del cada vez más interesante Ludwig Göransson (The Mandalorian, Black Panther), quien sustituye al habitual Hans Zimmer, que ofrece un toque más electrónico y contemporáneo a una historia en la que sus sonidos encajan a la perfección, acompañando la acción con formas innovadoras que hacen que la música sea parte de la narrativa.
Pero, siempre hay un pero, lo que parecía un festival del disfrute colapsa un poco con una traca final en la que reina la confusión y que desluce demasiado una película que hasta ese momento era una elegante sucesión de escenas y elementos que fusionaban con inteligencia las tramas de espionaje a lo James Bond con la física cuántica y las paradojas temporales. Desgraciadamente todo termina en una batalla embrollada que se acerca más al cine bélico que al estilo que hasta entonces gobernaba la película.
A pesar de sus defectos, Tenet es una película entretenida, impactante y enorme (debe haber costado una fortuna y eso se refleja en la pantalla) que supone un perfecto aliciente para un verano que nos tenía huérfanos de grandes producciones cinematográficas. Por supuesto, si conoces el cine de Nolan y te gusta su sello personal, merece la pena verla en la pantalla más enorme posible.