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Visito a mi endocrino mientras escucho a Angel Olsen y termino recordando a los que ya no están

Llevaba un año musicalmente extraño, casi me parecía un año bastante mediocre en cuanto a lanzamientos, pero de repente ha sido llegar el otoño y no paro de emocionarme con un disco tras otro. Ayer, en un paseo de horas por la ciudad me puse a escuchar una vez más el que probablemente se haya convertido en el mejor trabajo de Angel Olsen, All Mirrors.

Cada subida épica de las cuerdas orquestales me hacía reinventar los pasos que daba en dirección a mi simpático endocrino, al que me dirigí con cierto temor pensando que iba a decirme que estos dos meses de descontrol habían destruido mi tendencia positiva. Y sin embargo, ahí estaba la voz de Olsen sobre sus sintetizadores etéreos y esenciales vibrando desde la salud mental de los buenos momentos.

Y claro, mi endocrino, que es como bien me dijo ayer, el «decano del hospital», no solo no me abroncó sino que me felicitó por haber perdido dos kilos durante las «vacaciones». Al fin y al cabo, no era una bajada tan pronunciada como las anteriores, pero mejor perder un par de kilos que no bajar de peso en absoluto.

El caso es que mi endocrino es un señor muy simpático y muy mayor y muy entrañable que cada vez que llego a su consulta -para la que hay que pedir cita con meses de antelación- se deshace en halagos como «aquí está mi amigo Negrín tan majo como siempre» o «mi compañero de gremio, el doctor Negrín». El primer día de consulta me dijo que «mi apellido era como el de su amigo, lo «único bueno» que tuvo la República». Así, tal cual.

Y de pronto me acuerdo del director de mi colegio, el Mae, que también me llamaba doctor. «Doctor Chuchuski», decía cada vez que me lo encontraba por las calles de Santa Cruz de Tenerife cuando volvía a la isla. La última vez que le vi, apenas un mes antes de fallecer, recuerdo que nos invitó a mi marido y a mí a tomar unos vinos y una tapa de queso en un restaurante. Nos hicimos fotos. Nos reímos mucho. Fue, sin saberlo ninguno de nosotros, una despedida.

Y esto viene a que en los últimos días no paro de pensar en qué personas de las que se han ido se hubieran sentido orgullosas por mi inminente estreno literario. Esas personas que ya no están aquí pero que de alguna forma llegan a mis recuerdos de manera casi permanente. Quizás el recuerdo también forme parte de esta actitud menos materialista y más, digamos, espiritual, que parece haber florecido en mí tras mis recientes crisis existenciales.

Pero tranquilos, no voy a profundizar ahora en la trascendencia, aunque esos espejos que aparecen de forma recurrente en el disco de Angel Olsen, son los mismos donde me encuentro siempre con el recuerdo. Con la sensación incipiente de la memoria. Me dejo llevar por la profundidad casi universal de sus melodías, de una producción tan épica y profunda que solo me da ganas de celebrar la belleza de poder compartir con alguien lo que me gusta. De poder disfrutar de todas y cada una de las cosas pequeñas de la vida.

Por cierto, os quería recordar que mañana estaré en Ernest Lluch kultur etxea de Donostia, acompañando a Hasier Larretxea y sus padres con mi música y además presentaré un par de poemas de mi libro Pop, cuyo lanzamiento aún es una incertidumbre, pero se producirá en las próximas semanas. Si estáis por allí y os queréis acercar, la entrada es libre.

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